Ser mercadólogo no es solo cuestión de estudios, tendencias digitales o estrategias publicitarias. Muchas veces, las lecciones más valiosas vienen de casa, de las personas que marcaron nuestro camino desde la infancia. En mi caso, todo comenzó con mi papá. Aunque no estudió marketing, me enseñó con su ejemplo, valores y actitud, muchos de los principios que hoy aplico en mi día a día como profesional del marketing.
Este artículo no solo es un homenaje, sino también una reflexión sobre cómo las enseñanzas paternales pueden convertirse en herramientas poderosas en el mundo del marketing. Si eres mercadólogo y tienes una figura paterna que te inspiró, seguramente te sentirás identificado.
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1. La importancia de escuchar antes de hablar
Papá siempre decía: “Escucha con atención, porque hasta el silencio dice mucho.” Esta frase se ha convertido en una de mis guías al desarrollar estrategias de marketing. Antes de lanzar cualquier campaña, escuchamos al cliente, al mercado, a la competencia. El análisis y la observación profunda son claves para entender necesidades, comportamientos y oportunidades. Gracias a él, aprendí que el verdadero insight no siempre está en los datos, sino en lo que las personas no dicen directamente.
2. La creatividad nace de la necesidad
Mi papá fue un maestro de la improvisación. Desde reparar una fuga con recursos limitados hasta inventar juegos con lo que hubiera en casa. Esa capacidad de encontrar soluciones con ingenio se convirtió en mi entrenamiento temprano en creatividad. Hoy, como mercadólogo, sé que muchas grandes ideas nacen precisamente cuando los recursos son escasos y la presión es alta. No se trata solo de tener presupuestos millonarios, sino de saber cómo comunicar con impacto, incluso con poco.
3. La constancia supera al talento
En casa nunca se hablaba de rendirse. Papá me enseñó que el esfuerzo diario vale más que una gran idea sin acción. En marketing, esto se traduce en la disciplina de medir, ajustar, volver a lanzar y no rendirse cuando una campaña no funciona como esperábamos. Ser mercadólogo implica ensayo y error, pero también la capacidad de levantarte, aprender y seguir optimizando.
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4. La empatía es la base de cualquier relación
Otra gran lección fue ver cómo mi papá trataba a las personas: desde el señor de la tienda hasta sus compañeros de trabajo. Siempre con respeto, atención y una sonrisa. Entendí que la empatía es fundamental en cualquier estrategia de marketing. Conocer al público objetivo no es solo analizar sus datos demográficos, es entender sus emociones, preocupaciones y aspiraciones. Esa conexión humana que aprendí en casa hoy es mi mayor activo como profesional.
5. La honestidad vende más que cualquier campaña
Una frase que jamás olvidaré es: “No vendas algo que no usarías tú.” En un mundo lleno de publicidad, promesas exageradas y filtros, la honestidad se ha vuelto una ventaja competitiva. Ser auténtico, transparente y coherente con los valores de una marca es algo que mi papá me inculcó desde pequeño, y hoy más que nunca lo aplico en mi trabajo. Las marcas humanas y sinceras generan confianza y fidelidad.
6. Ser mercadólogo también es ser humano
Más allá de métricas, CTRs y funnels, el marketing es un puente entre personas. Gracias a papá, entendí que ser un buen mercadólogo también implica ser buena persona: escuchar, ser empático, saber comunicar y, sobre todo, actuar con ética. Esa parte humana, que a veces olvidamos entre tanto algoritmo, es la que realmente marca la diferencia.
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Convertirme en mercadólogo fue una decisión profesional, pero muchas de las habilidades que me hacen destacar en esta área no las aprendí en una universidad ni en un curso online. Las aprendí viendo a mi papá, escuchando sus consejos, observando su manera de vivir.
Hoy quiero agradecerle por enseñarme, sin saberlo, a ser un mejor profesional. Porque detrás de cada gran mercadólogo, puede haber un gran papá que le mostró el camino.